jueves, 26 de junio de 2008

Onirismos

Uno de mis mejores sueños es el que me gusta llamar "el de la ciudad de piedra". Por alguna causa que desconozco, cuando en mis sueños aparecen calles empedradas o casas de piedra, tiendo a recordarlo muy vivamente y por lo general, el despertar es un proceso tranquilo, un verdadero cambio de estado y no un final abrupto. En el sueño, recorría una ciudad enteramente de piedra (los edificios eran similares a las murallas medievales, las calles estaban adoquinadas) adentro de un vehículo ajeno, que yo no tenía que conducir, pero a través de cuyos cristales, tan claros que parecían no estar, podía ver cada detalle, lo mismo el piso que el cielo al mismo tiempo. Creo que su permanencia en mi memoria se debe a la doble sensación de libertad y seguridad con que hacía mi recorrido. Tenía entonces 20 años, y aunque no conozco la ciudad, al despertar me imaginé que un viaje por Praga (de entre todas las ciudades del mundo) sería así. Quién sabe, pero tendré que salir de la duda algún día.

Ayer comencé a leer un libro que me atrajo sólo, o en principio, por el título: Nuit sans nuit, et quelques jours sans jour y que en la traducción al inglés que adquirí se titula Nights as day, days as night. Ambos títulos igualmente atractivos, me llevan a pensar cómo, si existe, se titulará la traducción al español. Lo bueno es que se puede confiar más en los traductores de textos que en los creativos traductores de títulos para películas. El texto, en fin, se trata del recuento de cuarenta años de sueños, algunos repetitivos, de Michel Leiris (ah, hasta ahora que lo escribo, me doy cuenta de la coincidencia del nombre, aunque con sus diferencias de género, mini trauma personal sobre el que hablaré en otra ocasión), con un excelente prefacio de Maurice Blanchot, en el que habla de la primera edición del texto, en la que también se incluyen textos e ilustraciones de Leonora Carrington. No conozco tal edición, pero la nota disparó un resorte que intenta, en vano, explicar mi atracción por el libro, y que es tan intrincada que trataré a continuación de reproducir con palabras, para ver si de esta manera adquiere sentido: precisamente ayer desperté pensando en "El jardín de las delicias terrenales" del Bosco, pues la noche anterior había estado escuchando "Fortune presents gifts not according to the book", traducción, hasta donde sé, de un poema de Góngora, que viene en el álbum Aion, cuya portada viene ilustrada con un detalle de la pintura en cuestión.




Pensar en el cuadro me recordó las obras de Carrington, pues según mi apreciación, en ambas, y a pesar de la "distancia temporal", se maneja un abigarramiento visual que podría definirse como "sobrepoblado de sentido": no hay detalle suelto, no hay casualidad. Desde luego, no pierdo de vista que se trata de obras de arte, y por consiguiente, el lugar para detalles carentes de sentido es casi nulo. Pero el parecido en la obra de ambos pintores es una característica que desde hace muchos años me intriga. Ambos me atraen precisamente por el onirismo, por la sensación de ser testigo de un sueño lúcido, aunque ajeno. Siendo niña, las imágenes del Bosco me atraían por que me aterraban, conforme crecí, la atracción se decantó a una especie de complicidad estremecedora: la de entender el significado de los elementos alegóricos. Pero además hay una característica de la pintura de Bosch que, creo, es la que perfila mis sueños: la espacialidad. Porque a pesar de los muchos elementos, en sus cuadros hay una enorme sensación de espacio abierto: el campo es el lugar de las revelaciones proféticas respecto al infierno y el fin del mundo, o de las carnavalizaciones bajtinianas. En ese sentido se da el paralelo con mi sueño: con todo y estar en medio de la ciudad, la sensación de libertad espacial es muy poderosa. Y eso, según yo, me lleva de nuevo a la razón por la que el texto de Leiris, llamó, inconscientemente, mi atención: una parte de mi mente, que no necesariamente se toma la molestia de explicarse, me guía hacia la liberación representada en los sueños.

Todas estas ideas, por disímiles entre sí que parezcan, me han estado rondando los últimos meses y se terminaron de cuajar a partir de que leí, anoche, un comentario del preclaro Gonzalo respecto a la intertextualidad. Porque en lo profesional, mi tesis se trata de las relaciones intratextuales, y en lo personal, las posibilidades de la vida como construcción textual me parecen tan atractivas como las posibilidades semánticas del surrealismo. Ahora, y dado que considero que en efecto, la vida es un largo relato, que se nutre para bien y para peor de nuestras relaciones inter e intratextuales, la pregunta es si tendría la paciencia y la disciplina de anotar, durante los próximos cuarenta años, mis sueños.


sábado, 14 de junio de 2008

Speechless

Dios bendiga el sexo
(no en lo abstracto: me refiero a nosotros, claro).
Bendiga siempre la gota de sudor
de tu frente a mi cuello,
y la tensión de tu espalda,
tu fuerza y mi resistencia;
Dios bendiga la noche y la mañana,
voz y silencio,
la espera y la caída.
Dios bendiga oscuridad y luz,
mi piel en tus manos,
tu abismo en mí,
y no saque jamás de mi memoria
el momento en que te vi.

lunes, 9 de junio de 2008

Feliz cumpleaños a mí!

Acabo de descubrir algo de mí que ni siquiera me imaginaba. Mi "fascinación" por las bildungsromane.(*) Y para agravar las cosas, las femeninas. No es casual que mi tesis (que ahora que recuerdo, fue la causa por la que inicié este escape a través de las letras) (y sí, dije 'a través': drop dead, Venier!!) se centre en dos historias que pintan de cuerpo entero a una mujer, y que ambas historias sean "instantáneas" de dos de los momentos más decisivos de su vida: un episodio de la infancia y el principio de la edad adulta. No lo imaginaba porque, según yo, era fortuito mi interés en el tema. Ahora veo que hay mucho de atractivo en ello, y creo que tiene que ver con el paralelismo que puede establecerse entre el texto al que me enfrento (como lectora, como espectadora) y el texto que cotidianamente trato de construir. Bueno. Toda la explicación teórica viene a cuento porque finalmente se me concedió ver Persépolis, y la razón de festejarlo tiene por lo menos dos facetas que, vanidosamente, me interesa conservar en la mente: primero, es mi cumpleaños, y segundo, por in tengo tiempo de ir al cine.

Hay una tercera, pero se refiere a un asunto sobre el cual más bien quiero seguir reflexionando: estoy construyendo mi propia bildungsroman, o el momento decisivo ya pasó y ahora debo empezar la parte que corresponde a dejar que los recuerdos se asienten?

No sé, no importa tanto en este momento, siempre habrá tiempo para el pasado. Por lo pronto, me quedo (y dejo en prenda) una de las mejores partes de la película, que logró algo que creía imposible: ganó mi respeto por ese himno ochentero (al cual el dilecto lector seguro reconocerá, a menos de que viviera en una cueva los últimos 20 años)




(*) Bildungsroman se denomina a la novela de aprendizaje o de pasaje, que son aquellas en las que el personaje, ya sea femenino o masculino, enfrenta su propio proceso de maduración mental, emocional y también, pero no necesariamente, físico. Su principal característica es que al final del relato, el personaje es capaz de reflexionar sobre el cambio que experimentó y sobre las diferencias entre quien solía ser y quien es.


Gracias, Gonzo y Aguillón, por los comentarios a mi post anterior. Al Consumidor Consciente no me canso de agradecerle en persona.

miércoles, 4 de junio de 2008

Vasos vacíos

Una semana después, el espacio sigue desocupado. En los últimos tres años, hice grandes amigos, aprendí un par de cosas, leí bastante, comí bien, fumé mucho (y de mucho) bebí, cuando lo hice, sin la menor moderación, al cabo no sirve de nada... ah, sí, también me mudé, o mejor dicho, me mudé para cumplir con todas las anteriores. Y también hice un doctorado. Un doctoradote que estuvo rondándome en la cabeza como "el plan maestro" al menos siete años antes de que de verdad lo hiciera. Y ahora, a una semana de poder contarlo entre las cosas hechas, me encuentro con un vacío espantoso, por que se cuela a casi todos los demás aspectos de la vida. Lo que me preocupa sobre todo, es el silencio. Porque me cuesta tanto trabajo escribir, y por otro lado, no puedo apagar la máquina de la crítica y encender la del placer cuando leo, porque sí, he intentado leer, desde el miércoles pasado, hasta hoy, sin gran éxito. Quiero volver a leer para asombrarme, no para descifrar las estrategias creativas de lo que estoy leyendo. Quizá deba empezar por el reverso de las cajas de cereales.
También me preocupan los estados de ánimo tan contradictorios. Como nunca en la vida, paso de la euforia festiva y del orgullo que me revienta, al miedo por el futuro y al desamparo. Pensé que al término del doctoradote, mi alma se llenaría de cierta paz, reflejo del trabajo cumplido, de haber conseguido lo que me pareció una buena idea hace años. Y me sigue pareciendo, y no me arrepiento de nada, pero en vez de la paz, el balance espiritual parece estarse fundando en el silencio, en el vacío. Quizá sea mejor: lo contrario me llevaría al poco elegante alarde.

Hace poco tomé una foto que, como algunas que me gustan, resultó un accidente afortunado: salió bien. Cuando la veo, pienso en la frase de los mapas públicos y planos de orientación "Usted está aquí". Pero pienso también que de pie de foto, añadiría "lo malo es que eso no indica nada".




Ese es, prácticamente, el estado de las cosas.