lunes, 18 de mayo de 2009

Para no olvidar

Mario Benedetti, para mí, no era nada más el referente obligado, junto con Oliverio Girondo, de "El lado oscuro del corazón". Siempre me parece un tanto absurdo pensar en la muerte del poeta como en una gran pérdida: si el poeta es grande, queda por encima de todo su obra. Si no, se pierde a una persona, no mucho más que eso, y la pérdida de cualquiera es igualmente dolorosa. Pero dado el lugar indudablemente prominente de Benedetti, quiero hacer un homenaje a quien sin saberlo, sin proponérselo nunca, me dio una de las lecciones que he atesorado a lo largo de la vida, y que me ha iluminado en los momentos más oscuros del alma: me comprometo a no salvarme, a dolerme hasta el último latido, reirme hasta la última alegría y a perderme hasta en la última certeza.

NO TE SALVES

No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca.

No te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo.

Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el jubilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

lunes, 9 de febrero de 2009

Et in Nepantla ego

Para referirise a su percibida condición errante, tanto en lo espiritual como en lo físico, Rosario Castellanos recuperó el vocablo Nepantla, 'en medio' en náhuatl. Y lo usó a placer, a diestra y siniestra, en ensayos literarios y autobiográficos. Hace un par de semanas, pensando en eso, me di cuenta de que si mis estudios de lenguas y culturas prehispánicas fueran serios, quizá habría llegado a utilizar la misma palabra desde hace tiempo: cuando me desespero terriblemente, me digo a mí misma que estoy en medio. Cuando me saco de quicio, me digo a mí misma que toda la vida es un constante 'en medio', entre el nacimiento y la muerte. O sea, me hago mensa sola para confortarme y tratar de recuperar algo de cordura y sentido en las acciones cotidianas, a veces con buenos resultados.
Hace como 10 años, una tarde en mi oficina de la Universidad de Colima, mi sensación de inutilidad con respecto a cosas aparentemente sencillas (pongamos por caso ser feliz, convivir con los demás, encontrar en el trabajo una motivación, o simplemente ser) era abrumadora, y fue la primera vez que recurrí a mi pretexto favorito. Porque mi vida en Colima parecía un ensayo, un perpetuo stand-by, mientras lo verdadero llegaba. En el inter tuve una hija e hice una serie de estudios de posgrado, claro. Pero sólo rescato la maternidad, por la impronta que dejó en mi vida y el innegable efecto "conócete a ti mismo" que tiene. Pero la maternidad es a la vez un "engaño colorido": por lo pronto mi hija vive conmigo y depende de mí. Estamos, pues, haciendo tiempo mientras ella encuentra su camino y decide recorrerlo. Otro nepantla.
Ahora, desde hace un tiempo, la sensación de nepantlear es más profunda, más constante. Primero, porque estoy en medio de otro proceso evaluatorio, cuya naturaleza lenta a veces me deprime profundamente. Nadie hace una tesis en dos días, y hacerse a la idea me resulta conflictivo. A veces quisiera salirme de la categoría "doctoranda" para ya entrar de lleno a la categoría doctora o de plano a la categoría Ilusa. La que sea, pero que ya no represente un proceso de todavía lejana conclusión. 
El otro nepantla es de índole también personal, pero no por ello menos "escalofriante" para una persona que estaba hecha a la idea del ermitañismo como forma de vida. Estoy en medio del proceso que lleva a alguien(a) a establecer una relación con alguien(b) y avanzar en esa relación al punto de que alguien(a) y alguien(b) vamos a vivir en un mismo domicilio y compartir cada día la misma cama. Y el mismo espacio de trabajo dentro de ese mismo domicilio. Sí, sí, resulta que relacionarse con alguien no sólo puede ser mejor de lo que fueron mis otras relaciones con otros alguienes, en este caso es mejor de lo que pensaba, y sí, resulta que mi sentido de la convivencia no estaba atrofiado. Porque resulta, también, que la idea me tiene sinceramente feliz. Y entusiasmada. Pero estoy en el borde, en la orillita, todavía no me mudo. Todavía no empiezo ni a empacar.  Y este nepantla, curiosamente el que expirará más pronto, a veces se pone denso, cansador, poco estimulante. Porque empacar es tan cansado, lleno de decisiones sobre qué tirar y qué olvidar. Y sobre todo, afortunadamente, porque es la primera señal de que ya puedo dejar de pretender que paso por la vida como hoja al viento. Mi tiempo, mi duración propia de este nepantla entre que nací y el día que moriré, es una lista de coincidencias, deseos, memorias, sucedidos y lecturas memorables. Y no el tiempo gris, abrumador de tan caluroso que me parecía detrás de mi escritorio en la Universidad de Colima.

sábado, 10 de enero de 2009

Irás y no volverás

Mientras crecía, y en las veces en que lo vi, siempre tuve la impresión de que el más parecido a mi papá, de sus dos hermanos, era el menor, fallecido el jueves pasado. Era una persona, como mi papá, amable, con gran sentido del humor y a quien le encantaba sacar a pasear al conjunto de hijos y sobrinos que con los años fue creciendo en número y en tamaño. 
No puedo decir que haya sido la muerte de mi tío el detonante que me hizo pensar en la de mi padre, al contrario, la ausencia de mi papá ha sido una casi obsesión en los casi cuatro años que han transcurrido desde que sucedió, y aunque decir que este tiempo ha sido uno de oscuridad y dolor absoluto sería una falacia, sé que mi propio duelo no ha concluido. Se ha aligerado mucho, gracias a las cosas que han pasado en estos años. Pero todavía no puedo hacer las paces como me gustaría. 
Lo que sí me vino de súbito a la mente a partir del jueves, fue una sensación muy extraña, de darme cuenta por primera vez de lo lejana que quedó mi infancia. No me considero para nada la más adulta entre las mujeres, ni la más madura entre... nadie, pensándolo bien. Pero me resultaba fácil, y quizá hasta protector, pensar que mantenía vivos muchos de los aspectos más rescatables de mi infancia. Y no porque fuera particularmente mala, pues con todo, no tuve una infancia terrible. Ni tampoco porque en este momento me considere perdida, ni me sienta a la deriva. Justamente hace una semana comentaba con una amiga lo bien que me siento de un tiempo para acá, con una extraña calma, un estar y un ser a gusto en las coordenadas de tiempo y espacio. 
Pero para lograr este ser y estar, se quedaron muchas cosas en el camino: las vacaciones fuera de la ciudad, los planes maquiavélicos de confiscación de juguetes a las primas más reacias a mi voluntad, las tardes en las que por horas planeaba momentos de adultez sobresaliente, significativa y memorable.  Ahora, como entonces, sigo siendo nadie más que yo. 
Desde luego es egoísta arrellanarse en uno mismo ante el dolor ajeno. Cavilar sobre mí y mi sombra en horas tan tristes como las que experimentan mis primas y primos, mis tías y tío. No puedo evitarlo. Si algo he ido sacando en limpio del duelo y su acontecer, es la certeza de que cada uno de nosotros está solo, en sí mismo y consigo. Aun estando, como me siento últimamente, rodeada de personas a quienes quiero entrañablemente y quienes me quieren, he ganado una certeza de mí que sólo puedo entender como parte del duelo, de haberme escindido de la familia, en cierta forma, para ganar mi espacio y mis alcances. 
Lo que todavía no puedo sacudirme, es que mientras la hermana menor de mi padre me relataba al teléfono la desesperación y dolor de mis primas, yo sólo podía pensar en que ellas, al menos, tuvieron la oportunidad de despedirse. Yo sé que eso no aminora su pérdida, pero espero, con toda el alma, que sea la parte del proceso de duelo que yo he tratado, con irregulares resultados, inventarme en estos años. 

lunes, 29 de diciembre de 2008

Recuento

Estas son algunas de las cosas que me rondaron la cabeza mucho, pero mucho más tiempo del necesario, durante el año que termina. Ninguna de ellas, como se verá, es particularmente trascendente, ninguna me ha resuelto ningún problema, ninguna me reveló nada. Pero aahh, cómo me entretuve.

Con todo y que esto parece un intento de psicoanálisis, no lo es. No me interesa conocer el origen profundo de mi imposibilidad de abstraerme de las escenas que están a punto de ver, ni tampoco que lo más cursi (en el sentido de Kitsch) de mi carácter se haga patente. En el mejor de los casos, la mayoría de testigos ya me conocen y saben a qué atenerse. En el peor, pues me revelo como soy en mis ratos de ocio, ni hablar. De nuevo, lo entretenida no me lo quita nadie.

En primer lugar, y por el sitio de honor que ocupa, más el poco tiempo que ha pasado desde su fallecimiento, Bettie Paige! La "conocí" hace más de 5 años, cuando Canal 11 transmitió una gran serie sobre la historia de la pornografía o, como daban en llamarla, la sexualidad oculta. Este año ocupó mis pensamientos durante un largo tiempo por que incluso antes de que enfermara y falleciera poco después, una de mis búsquedas en una base de datos de películas (IMDB) me llevó a The Notorious Bettie Paige, reconstrucción ficcional de su vida. No la he visto, espero pronto hacerlo. Mientras tanto:


Sobre el siguiente fragmento, tengo mucho qué decir, pero prefiero abstenerme. Sólo puedo decir que se trata de una película en la que pienso por lo menos dos veces al año, una en estas fechas, la otra en Semana Santa.
A veces creo que hay alguna extraña relación, no del todo forzada, entre la película -particularmente este fragmento- y mi vida: desde que recuerdo, me gusta usar botas, y las primeras que tuve, lo recuerdo bien, fueron blancas.
Y mi papá, cuando era yo muy pequeña, tenía un peinado que en este momento podría pasar por afro, aunque entonces quizá no cumplía con los requisitos de rigor.

En fin, sólo quiero decir que es la única versión de esta historia en la que el bueno es Judas. Quizá por eso me gusta taaanto!


Un video más, y una aclaración. Cuando digo que "en esto me entretuve", no quiero decir que fue lo único que me pasó por la cabeza a lo largo de doce meses. Desde luego, tengo el pendiente de una tesis por concluir,
renta que pagar, hija qué criar, entre otras cosas. También pensé, como cada año, en enseriarme con lo del yoga, recuperar mi habilidad de costurera (sí, yo sabía hacer por lo menos faldas y no sólo cortinas y manteles)
y en cortarme el cabello. Me corté el cabello tres veces en este año, pero de eso ni tengo video ni creo que resulte tan entretenido hablar.

Volviendo a lo audiovisual, lo siguiente puede provocar una reacción inesperada en quien decida verlo. Puede que, como a mí, les resulte tan increíble la primera vez que lo vean, que sientan que necesitan verlo de nuevo, y otra vez, y otra.
Y luego, el sonido se les quedará en la cabeza por días y días, obligándolos quizá a corear aquel lejano y siempre denigrante término que, sin embargo, es tan descriptivo: "punchis-punchis-punchis..."
Me resulta imposible decir "lo peor de este video..." porque sería decir que tiene algo menos malo. Pero digamos que "lo peor" es que cuando lo veo, no puedo evitar pensar que mi querido Saguillón, en su rol por territorio germano, ya es gran cuate del protagonista del siguiente:


viernes, 12 de diciembre de 2008

Prefiero ser como Bettie Page

Hace un par de días, el Rufián Melancólico y Lear se pusieron de acuerdo para preguntarse retóricamente porqué no podemos las mujeres ser como dos personajes de películas que en cierta forma marcaron  una época, y cuyos pretendidos alcances míticos me parecen un tanto desproporcionados. 
Ya sé que no está entre las opciones, pero puesta a elegir, yo preferiría ser como Bettie Page:




 
Mis razones responden a varios asuntos: empezando porque (aunque trato de alejar semejante idea de mi cabeza) no me parece que Ilsa Lund sea el ejemplo de belleza que se pretende, y su sonrisa, junto con su atuendo, esconden la espantosa certeza de estar usando ropa interior no sólo fea, sino también incómoda. Lo lamento, no veo en sus ojos el mismo brillo que en los de Bettie.
Con Holly me sucede algo parecido. No concibo que de verdad "anduviera tan ligeramente" como su apellido quiere hacernos creer, como para no pensar ni una sola vez en el potencial daño que su atuendo sufriría. Siendo Bettie, en cambio, eso es lo de menos: la ropa, o su falta de, no importan, son sólo disfraces, como el de Ilsa, como el de Holly, pero que no opacan a la que los porta, no son más importantes que ella.
Podría pensarse que es el físico, porque claro, con todo y lo contenta que una mujer logre estar con su propio cuerpo, siempre habrá curvas más redondas, líneas más esbeltas. Pero no es por ahí. Lo que yo quiero de Bettie es el brillo en los ojos, con o sin ropa, bailando o posando; quiero ese candor, ese gusto de estar en su propia piel, mucho más cómoda que en el pequeño vestido negro de Holly, o en los elegantes sombreros de la ausente Ilsa. 





Status quo

Por el momento es lo único que puedo decir... lo siento.

martes, 28 de octubre de 2008

Sí, fui yo!!

Y qué!! Y por favor, nótese que no pongo signos de interrogación, porque no espero respuesta. Todo lo contrario, es la más pura confirmación del cinismo que del final de la adolescencia p'acá me caracteriza. (Porque, de veritas veras, yo no era así cuando era chiquita... pero eso lo contaré en otra ocasión).

Decía, entons, que yo merita fui. Yo vi dónde guarda sus botes la franelera autonombrada "dueña de abajo de donde vive Depto. Editorial", que además cobra 25 pesos a la clientela , exige que le dejen las llaves para moverlo (en realidad, ya la vi, desayuna adentro de los coches) y lo que peor me choca, maltrata a sus hijas en plena vía pública (en privado no sería menos peor, pero carajo... estamos hablando de lo que pasa afuera de mi ventana y como hace reaccionar a la intolerante en mí). Y por eso, más lo que se acumule, me conseguí un cómplice pa' desaparecerle sus garrafas de bonafont/obstáculos improvisados. Y mucho, pero mucho gusto me dio que llegara a buscarlos, tan segura, tan cierta de que en la calle nomás sus botes estorban. Y no estaban... ohh, sí!! Casi pude escuchar al coro de la Liga de la Justicia abriendo sus puertas para mí (y mi cómplice) y diciéndonos que podemos escoger nuestros super poderes y un par de capas doradas que combinen con las botas.

Y sí, también fui yo. Yo misma dejé caer tres diccionarios y las obras completas de la Tía Chayo (que yo sé que me perdona porque mis intenciones fueron buenas) en el piso de mi habitación, a las dos de la mañana, para que la próxima vez que la Banshee que vive debajo de mí tenga a bien ponerme un recado en mi buzón diciendo que me la paso "taconeando estúpidamente", por lo menos no se vea en la penosa necesidad de tener que inventar males e inventarme maldades. Como ves, lector dilecto, sólo traté de llenar sus expectativas sobre mí.

Creo, desde el fondo de mi corazón, que el karma existe. Que es el resultado colateral de las consecuencias más directas de cada una de las acciones que ejecutamos o dejamos de ejecutar. Por eso, quienes dicen que asistir al colmex me hizo bien, tienen toda la razón: bajé de peso y me siento desproporcionadamente bien (desproporción con respecto a lo que en realidad hice ahí). Porque el karma existe y antes del colmex me sentia no sólo del nabo, sino EL nabo con toda su insipidez y falta de chiste. Y apariencia cilíndrica. Ahora peso menos, oh, sí!

Pero el karma no lo es todo, ohhh, no. Y a veces uno es ejecutor, involuntario, de karmas ajenos. Porque no lo es todo, y para que no nos deje en un permanente estado vegetativo de involuntariedad, hay que darle una ayudadita, aprender a mirar de frente nuestro deber y ejecutarlo. Ohhh, si. Como el karma de la Banshee de abajo, o de la franelera dueña del pedazo de banqueta abajo de donde vive Depto. Editorial.