Ayer comencé a leer un libro que me atrajo sólo, o en principio, por el título: Nuit sans nuit, et quelques jours sans jour y que en la traducción al inglés que adquirí se titula Nights as day, days as night. Ambos títulos igualmente atractivos, me llevan a pensar cómo, si existe, se titulará la traducción al español. Lo bueno es que se puede confiar más en los traductores de textos que en los creativos traductores de títulos para películas. El texto, en fin, se trata del recuento de cuarenta años de sueños, algunos repetitivos, de Michel Leiris (ah, hasta ahora que lo escribo, me doy cuenta de la coincidencia del nombre, aunque con sus diferencias de género, mini trauma personal sobre el que hablaré en otra ocasión), con un excelente prefacio de Maurice Blanchot, en el que habla de la primera edición del texto, en la que también se incluyen textos e ilustraciones de Leonora Carrington. No conozco tal edición, pero la nota disparó un resorte que intenta, en vano, explicar mi atracción por el libro, y que es tan intrincada que trataré a continuación de reproducir con palabras, para ver si de esta manera adquiere sentido: precisamente ayer desperté pensando en "El jardín de las delicias terrenales" del Bosco, pues la noche anterior había estado escuchando "Fortune presents gifts not according to the book", traducción, hasta donde sé, de un poema de Góngora, que viene en el álbum Aion, cuya portada viene ilustrada con un detalle de la pintura en cuestión.
Pensar en el cuadro me recordó las obras de Carrington, pues según mi apreciación, en ambas, y a pesar de la "distancia temporal", se maneja un abigarramiento visual que podría definirse como "sobrepoblado de sentido": no hay detalle suelto, no hay casualidad. Desde luego, no pierdo de vista que se trata de obras de arte, y por consiguiente, el lugar para detalles carentes de sentido es casi nulo. Pero el parecido en la obra de ambos pintores es una característica que desde hace muchos años me intriga. Ambos me atraen precisamente por el onirismo, por la sensación de ser testigo de un sueño lúcido, aunque ajeno. Siendo niña, las imágenes del Bosco me atraían por que me aterraban, conforme crecí, la atracción se decantó a una especie de complicidad estremecedora: la de entender el significado de los elementos alegóricos. Pero además hay una característica de la pintura de Bosch que, creo, es la que perfila mis sueños: la espacialidad. Porque a pesar de los muchos elementos, en sus cuadros hay una enorme sensación de espacio abierto: el campo es el lugar de las revelaciones proféticas respecto al infierno y el fin del mundo, o de las carnavalizaciones bajtinianas. En ese sentido se da el paralelo con mi sueño: con todo y estar en medio de la ciudad, la sensación de libertad espacial es muy poderosa. Y eso, según yo, me lleva de nuevo a la razón por la que el texto de Leiris, llamó, inconscientemente, mi atención: una parte de mi mente, que no necesariamente se toma la molestia de explicarse, me guía hacia la liberación representada en los sueños.
Todas estas ideas, por disímiles entre sí que parezcan, me han estado rondando los últimos meses y se terminaron de cuajar a partir de que leí, anoche, un comentario del preclaro Gonzalo respecto a la intertextualidad. Porque en lo profesional, mi tesis se trata de las relaciones intratextuales, y en lo personal, las posibilidades de la vida como construcción textual me parecen tan atractivas como las posibilidades semánticas del surrealismo. Ahora, y dado que considero que en efecto, la vida es un largo relato, que se nutre para bien y para peor de nuestras relaciones inter e intratextuales, la pregunta es si tendría la paciencia y la disciplina de anotar, durante los próximos cuarenta años, mis sueños.
