Mario Benedetti, para mí, no era nada más el referente obligado, junto con Oliverio Girondo, de "El lado oscuro del corazón". Siempre me parece un tanto absurdo pensar en la muerte del poeta como en una gran pérdida: si el poeta es grande, queda por encima de todo su obra. Si no, se pierde a una persona, no mucho más que eso, y la pérdida de cualquiera es igualmente dolorosa. Pero dado el lugar indudablemente prominente de Benedetti, quiero hacer un homenaje a quien sin saberlo, sin proponérselo nunca, me dio una de las lecciones que he atesorado a lo largo de la vida, y que me ha iluminado en los momentos más oscuros del alma: me comprometo a no salvarme, a dolerme hasta el último latido, reirme hasta la última alegría y a perderme hasta en la última certeza.
NO TE SALVES
No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca.
No te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo.
Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el jubilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.